Manolo Carrasco había
nacido en la primera casa de ese callejón en mayo de 1954. Hijo de padre
labrador y de familia humilde, fue un niño de mi barrio e inolvidable compañero de juegos de la edad
sin manchas. Estudió bachillerato, como yo, en el Instituto Técnico –el actual
Instituto “Julio Rodríguez”-, el primer instituto público en la historia de
Motril. Un centro que había sido prometido por vez primera a principios del siglo XX, pero que setenta
años más tarde no era todavía una realidad tangible. Recuerdo que una tarde de
verano de 1965, fuimos, él y yo, a visitar el Instituto que estaba todavía
construyendo allá por los almendrales de San Antonio y en el cual nos habían
admitido a los dos. Él fue el que me animó a acompañarle. Por aquel tiempo era
toda una aventura adentrarse por aquellos deshabitados andurriales situados al
norte de la ciudad. Terminada la calle de las Cruces, sólo seguía hacia arriba
un caminillo bordeado de pitas y de chumberas denominado Camino de San Antonio.
La calle Ancha, aún sin asfaltar y sin tal denominación, no estaba siquiera
definitivamente trazada ni disponía de alumbrado público.
Sólo algunas casas recién
construidas al final de la misma, cercanas ya al Cementerio Municipal, y varios
cortijos con sus pozos blanqueados en lo que actualmente sería el tramo medio
de dicha calle, existían en derredor. Toda una excursión. Como el edificio
carecía todavía de puertas y de vallas, recuerdo que entramos al azar en la que
luego sería el aula que yo tuve en primero de bachiller y Manolo, que siempre
fue un niño, muy impulsivo y espontáneo, se subió a la tarima de un salto y se
puso a declamar con voz alta y ampulosa los cabos, los golfos y los ríos de
España. A mí aquello me produjo cierta zozobra, pues muy poco tiempo después –las
clases no empezarían hasta el 16 de noviembre de ese año 1965- comenzarían, ya
de veras, la difícil y espinosa tarea de cursar el bachillerato, cosa muy
temida entonces en general por la chiquillería y que en aquel tiempo duraba
siete años. De una cifra muy superior a 200 ilusionados chavales que lo
comenzaron, sólo lograron terminarlo 69 en su primera promoción. Como ha dejado
escrito el poeta Rafael Montesino, para un niño de entonces, comenzar a
estudiar el bachillerato era empezar a ser hombre…
Artículo de Antonio
Enrique, poeta granadino.
No sigo el calendario de sol, ni del fuego
porque mi mente estalla en el diamante
de un cuello sin vuelo, sin rumbo… ¡solo!
Manuel Carrasco Mercado
Documentación del libro de Jesús Cabezas
Jiménez: “Sólo nos queda el recuerdo”
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